Vivo en un pueblo del Levante español a orillas del mar Mediterráneo. Mi mujer, mis dos hijas y yo somos parte de los casi 30.000 habitantes que disfrutan su clima benigno, la deliciosa gastronomía y una ubicación privilegiada a medio camino entre dos grandes ciudades. Un pueblo perfecto. A nivel monumental destaca la gran plaza de toros, la más cercana a la costa del mundo, según dicen, y la Iglesia Mayor, de estilo Barroco tardío y con un retablo de cierto valor artístico. Todos los días, en la carretera que atraviesa el pueblo, se sientan en desvencijadas hamacas de playa mujeres de origen rumano o búlgaro que venden sexo a los automovilistas.
Además de celebrar festejos taurinos, la plaza de toros es anfiteatro de conciertos, espectáculos y actividades culturales. En nuestras calles se celebra también una semana de colorido Carnaval con décadas de tradición que atrae a muchos turistas por su animación y algarabía popular. Las chicas de la carretera madrugan mucho, las veo temprano cuando paso camino del trabajo. Su jornada es más larga que la mía; en verano se broncean y en invierno se abrigan como esquiadoras pobres.
En Semana Santa las procesiones, llenas de devoción, velones de cera y pasos religiosos, toman las calles y muestran el amor con que las tradiciones seculares se mantienen vivas en el pueblo. Tanto el Carnaval como la piadosa Semana Santa han sido declaradas fiestas de interés turístico cultural a nivel nacional. Las chicas clavan sombrillas rotas a la vera de sus sillitas y pasan las horas en el arcén de una en una o en parejas, mirando el teléfono con aspecto de aburrimiento o sonriendo a los conductores esperando que se detengan y compren.
Nuestra humilde pero bien llevada biblioteca municipal organiza, además de charlas y presentaciones de libros, un ciclo de conciertos de música clásica, cuartetos y solistas, que son el deleite de muchos aficionados y una iniciación perfecta para los más jóvenes. Men sana in corpore sano. El equipo juvenil de fútbol lleva mas de tres temporadas como líder comarcal para alegría y orgullo de todos los habitantes, y la marcha senderista anual congrega a cientos de amantes del atletismo y la naturaleza en una animada fiesta lúdico deportiva. Cuando paso a su lado veo a las chicas acodadas a la ventanilla de algún automóvil parado en los caminos de tierra que salen de la carretera. Visten provocativas pero su aspecto es cuando menos triste; ropa vieja, cuerpos obesos o demacrados. A veces imagino sus voces, las conversaciones que tendrán con los clientes. Lo imagino todo.
En el aspecto medioambiental, el ayuntamiento promueve desde hace dos años jornadas de limpieza del bello litoral local en las que colaboran colegios y entidades deportivas. Tenemos que cuidar el entorno privilegiado que nos rodea y que atrae a tantos turistas de todo el mundo. Una de las chicas, una rubia delgada y pálida con los labios demasiado pintados, bebe agua de un botellín y fuma, sonríe a mi paso, creo que ya reconoce mi coche. Hoy le he devuelto la sonrisa y hasta le he saludado levemente con los dedos.
La agricultura, sobre todo cítricos, además de la pesca y el turismo, es la principal fuente de ingresos del pueblo. Tres centros comerciales y los modernos multicines son muestras del dinamismo económico de nuestra pequeña capital de comarca. Ayer pasé dos veces delante de las chicas por la mañana, y después volví a pasar, aunque realmente no tenía porque hacerlo. Esperé ver a la rubita, y así fue, al final de la tarde. El cielo enrojecido del Levante, los naranjos y la carretera son su reino, la silla rota es su trono. Y yo, desde ayer, uno más de sus súbditos.