Alvaro Urkiza

Literatura, viajes & arte

essaouira

Essaouira, mon amour

Las murallas de Essaouira contienen un espacio mágico aislado del resto del mundo. Viejos cañones oxidados coronan sus almenas apuntando al mar, protegiendo el secreto de esta ciudad de fantasía, casi de atrezzo. Cuatro puertas, en los cuatro puntos cardinales, abren sus bocas misteriosas llamando al forastero para que se acerque. Y si lo haces, te envuelve al entrar el aroma del pescado en la hoguera, la madera y la piedra, el salitre y las sombras.

Caminas desorientado y sorprendido, escuchando voces distintas, graznidos de gaviota y el viento de intramuros. Porque la luz es otra y los colores nuevos, porque el desorden de su dibujo contiene un mensaje en cada esquina. Sin darte cuenta pasas a formar parte del laberinto y de sus texturas, y aunque consigas volver a salir, algo tuyo permanece atrapado allí para siempre.

Jugar a perderme callejeando por su medina era hasta hace poco tiempo mi placer favorito. Dejarme llevar, seguir ecos y aromas, las pisadas de otros. Hasta que esos paseos sin rumbo se convirtieron en sentencia y maldición, en pesadilla y condena, en la telaraña que atrapó a mi destino. Intentaré explicar lo que me sucede, aunque yo tampoco pueda entenderlo. Escapar de Essaouira parece ya imposible.

Amurallada y coqueta, hoy la ciudad despertó arisca porque el viento despeinaba su melena. En cambio ayer, a esta misma hora, cantaba vestida de rojo a coro con las gaviotas. Fascinados por su voz bebimos vino barato en el zoco del pescado, recuerdas, y el crepúsculo teñía de sangre las escamas tiradas por el suelo. Los extranjeros adoran tomar aquí el té, fotografiando el pintoresco caos ordenado de nuestro deambular. Yo mismo, un día, hace tanto que no logro recordarlo, fui uno de ellos.

Conozco bien estas calles ocultas entre sus muros y el Atlántico. Te busco aquí desde que desperté en el suelo bajo los botes del puerto. Fue una mañana del invierno pasado, creo, y abrazaba una botella vacía. Los nativos me conocen, saben que vivimos una historia de amor, Essaouira y yo, y que mis merodeos por plazas y callejones son los de un loco de pasión, enamorado de ti hasta la narcosis, hasta la demencia más sagrada. Por eso, pacientes y sabios, me consienten cuando grito y lloro subido a los carros del mercado. Sin preguntar, me regalan aquí una fruta y allá un poco de carne o una sopa. Y contestan cómo pueden cuando pregunto si algún día encontraré la puerta de salida.

A pesar de todo sospecho que no soy el único en esta situación; me he cruzado a veces por estas calles con otros como yo mismo y sus ojos reflejaron mi cara igual que en un espejo.

Si, conozco bien esta ciudad mágica, la conozco íntimamente. Y ella a mi. Observando el color de las murallas que le cortejan adivino de qué barrio salgo y en cual entro. Jamás traspaso los límites invisibles que encierran la Melláh, el barrio judío, ese círculo prohibido dentro del círculo. Los gatos me ayudan a evitar callejones sin salida lanzándome miradas displicentes, indicándome el camino correcto con un gesto. En encrucijadas con olor a serrín, fuego de leña y especias me detengo unos instantes, siempre sorprendido por la belleza de mi amada, y continúo adelante hacia ninguna parte.

Esta noche estoy más cansado de lo habitual, debo dejaros. ¿Tenéis unas monedas? Quiero llegar al embarcadero pequeño y beber vino fuerte con los músicos Gnaoua. Cuando amanezca y los pescadores regresen a Essaouira cantaré para ellos antes de caminar por mi bella otra vez, lúcido y loco al mismo tiempo.

Todas las fotos @alvarourkiza

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4 comentarios en “Essaouira, mon amour”

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