Leer El tambor de hojalata del Nobel alemán Günter Grass es toda una experiencia Por la intensidad apasionante de su historia, por la calidad de su planteamiento y, también hay que decirlo, por sus más de setecientas páginas.
El realismo mágico y el horror
El realismo mágico, esa literatura que transita entre lo cotidiano y lo imaginario, es mucho más que una voz narrativa llena de bellas pinceladas liricas, visiones oníricas y afortunadas ensoñaciones poéticas. Ese realismo a veces tachado de superficial es a menudo la única manera de narrar lo intolerable. El único modo de acercarnos a la crueldad de nuestra especie sin sucumbir al horror.
La distancia mágica y la lirica surreal de este género literario son a la vez vía de escape y máscara protectora para el narrador y el lector. Proporcionan una mirada excéntrica que permite asomarse a la barbarie humana, a nuestros mas bajos instintos, y conservar la fe en la vida.
Como ocurre por ejemplo en Beloved de Toni Morrison (1987), con la esclavitud afroamericana. En Hijos de la medianoche de Shalman Rushdie (1980) y la lucha por la independencia India. O la dictadura chilena en La casa de los espíritus de Isabel Allende (1982). Tres décadas antes y una antes de la principal obra del realismo mágico, Cien años de soledad de García Márquez, aparece esta magnifica novela de Günter Grass.
Sociedad inerte
En El tambor de hojalata asistimos a la historia de Óscar Matzerath contada por él mismo. Un niño que decide dejar de crecer a los tres años como rechazo a la sociedad alemana previa a la II Guerra Mundial. La vida extraordinaria de Óscar y de su familia es la excusa perfecta para recorrer el paisaje desolador de Alemania antes, durante y después de la segunda guerra mundial. Para observar de cerca su decadencia social, política y económica y sus dificultades para asimilar los crímenes del pasado y sus consecuencias en el presente.
Solo a través de la fabula, del absurdo, de la ironía y el humor puede alguien describirnos el drama de esa sociedad inerte y distraída que no se inmuta mientras el nazismo crece en su seno. Solo a través de los ojos de un niño que decide dejar de crecer para distanciarse puede alguien relatarnos el trayecto que desencadena un genocidio, la guerra total, el exterminio y el holocausto.
Oskar vive
El relato recorre la vida de tres generaciones de la familia Bronsky/Mazerath, comenzando por sus abuelos en la Alemania de finales del SXIX y finalizando en 1952, cuando arranca la narración desde la celda psiquiátrica de Óscar. Al mismo tiempo que acompañamos a esta peculiar familia y profundizamos en las complejidades de sus personajes, vemos reflejada en ella a una sociedad que permite con su confiada pasividad, con su cómplice equidistancia, el auge y la supremacía del fascismo.
Sin haber leído y digerido este gran libro es imposible que podamos leer nuestro propio presente. Tal es la similitud de las circunstancias que narra con las que suceden hoy, setenta años después de su publicación. Oscar vive.
Alemania y el nazismo
La novela aparece en 1959, catorce años después de la derrota alemana en la II Guerra Mundial. Desde entonces ningún autor de ese país se había atrevido a encarar el tema con la valentía de Günter Grass, de manera tan frontal. El estigma del pasado era aún demasiado grande.
Solo dos décadas antes el nazismo corroía los estamentos y la moral de una sociedad indiferente. La brutalidad de esa Alemania nazi produce monstruos como Óscar, que se rebela ante la hipocresía de los adultos y construye una realidad particular para protegerse. Y que sin darse cuenta reproduce los mismos comportamientos que rechaza: es insensible, caprichoso y egoísta, insolidario, cruel y autoritario.
Al mismo tiempo no deja de ser un niño-adulto con una perenne mirada fresca y sincera, alguien sin prejuicios que sufre por ser distinto, un marginado que elige serlo para no perderse a si mismo. Oscar es la Alemania antinazi y es el nazismo. Es una contradicción sin resolver, como la vida misma.
Al son del tambor
La narrativa de Grass es desenvuelta, aparentemente espontanea aunque mucho más elaborada de lo que pensamos. Chispeante y desenfadada, por momentos frenética, fluye siempre teñida de ironía, humanidad y lucidez. Su voz es clara y a la vez llena de matices y contenido simbólico.
Las fechas, nombres, citas de ciudades o regiones abundan y pueden apabullarnos. Consiguen que a pesar de los elementos fantásticos, como los chillidos vitricidas de Óscar, todo lo contado sea estremecedoramente verosímil. El detalle con que el protagonista rememora lo vivido y la inocencia con que cuenta lo más crudo nos desorienta a veces. El simbolismo de cada escena es denso y potente, roza la farsa mas agresiva. Al final esa voz y esa forma de narrar, que no es mas que ordenar el caudal de pensamientos, nos atrapa. Esa es la magia de un gran escritor como Grass.
La vida en ocho líneas
“Nací bajo bombillas, interrumpí deliberadamente el crecimiento a los tres años, recibí un tambor, rompí vidrio con la voz, olfateé vainilla, tosí en iglesias, nutrí a Lucía, observé hormigas, decidí crecer, enterré el tambor, hui a Occidente, perdí el Oriente, aprendí el oficio de marmolista, posé como modelo, volví al tambor e inspeccioné cemento, gané dinero y guardé un dedo, regalé el dedo y hui riendo, ascendí, fui detenido, condenado, internado, saldré absuelto; y hoy celebro mi trigésimo cumpleaños y me sigue asustando la Bruja Negra. – Amén”.
Óscar, en El tambor de Hojalata, Günter Grass.
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