Alvaro Urkiza

Literatura, viajes & arte

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Menonitas y Tarahumaras : Duelo en la Sierra Madre

En el norte mexicano nuestra señora de Guadalupe es Madre Milagrera de azotea, de arroyo callejero, de cableado eléctrico; consentidora de las perdidas y de los fracasados. Frente a su belleza se llora hasta la última gota de las desgracias. Nos regalaron una estampita con su imagen envuelta en llamas tras repostar en la última gasolinera.

Bajo su amparo manejo el volante en dirección a Chihuahua, tierra de Tarahumaras y Menonitas. En el cassette del auto Los Tigres del Norte cantan y Tonantzin ríe ardiendo en el salpicadero, siempre contenta, emperatriz de América.

Viajar hacia el sur me parece el sentido más lógico, el de menor resistencia a los ritmos naturales y a las leyes físicas. Dejo atrás a los gringos de L.A. y arrastrado por la gravedad busco a los Tarahumaras en la Barranca del Cobre. La sombra del Chevy se adapta a las piedras de la cuneta a 70 millas por hora. Siluetea el V8 por el altiplano.

El páramo espinoso alcanza aquí un clímax, es orgasmo plácido, de buena mañana, casi en sueños. Todo lo que existe agrede, se proyecta hacia afuera en un estallido de púas detenido en el aire seco y claro del desierto. De viejo, el nuevo páramo se complace en gastarme espejismos de colegial. Ella reiría a mi lado, medio consternada por aquel chistecillo: el que esté libre de culpa que aspire la primera línea.

Los Menonitas

Antes que yo, un grupo de peregrinos desterrados vivieron estas millas de polvo y cactus mirando fijamente el perfil de la Sierra Madre. Los Menonitas fueron expulsados sucesivamente de Holanda, Alemania, Rusia o Canadá desde el siglo XVI. Pacíficos y apegados a sus tradiciones, contrarios a la educación oficial, al servicio militar o al sistema económico capitalista, su sino trashumante les trajo hasta aquí. Aquí, a la tierra Tarahumara, donde encontraron su nueva Jerusalén y pasaron a la historia como los queseros divinos de la secta Amish, en la película Único testigo de Harrison Ford.

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Continúo en tránsito hacia las cimas de la sierra, a través de ciudades espejo y plástico o favelarios de culto Guadalupano, disfrutando de calores espesos y de fríos cortantes y secos. En Chihuahua, mariachis mercenarios escoltan las esquinas del barrio rojo esperando un golpe de suerte, que a golpes viene también esa pendeja.

Los indios de la ciudad abrazan a sus fantasmas en el suelo, venden y circulan en un universo paralelo. Sus miradas excéntricas; sus pieles oscuras como gruesas corazas avaras de gestos. En la catedral, donde reposa Pancho Villa, tocan el acordeón sin mirar a las teclas con el cuello quebrado en un ángulo extraño. A su lado la bolsa de plástico y el bote de cola. La Adelita llora en sus brazos. Nunca sonó así de tóxica y polvorienta la cantinela.

La barranca del Cobre se define como un relámpago tectónico de 60.000 Km cuadrados. En la gasolinera de Creel mi troca es la Chevrolet mas adulada, pero no vendo; ella me lleva en paralelo al ferrocarril del Chepe hasta la reserva jesuita de Cusararé.  Allí, a dos mil quinientos metros de altura, encuentro a la nación Tarahumara.

Los Tarahumaras

Etnia valiente, salvajes corredores de taparrabos blancos, bebedores del sagrado tesguino de maíz, marginados del México moderno, alcoholizados sin censar, carne de analfabetismo, de mendicidad y cárcel. Después de dos mil años de relación equilibrada con su entorno, llegaron los barbudos, la explotación de la plata, las fronteras, la escuela, los impuestos y el ejército de los blancos.

Sigo bajando hacia el Sur, caigo hasta que el mar me sujete. El volcán del nevado destaca sobre el perfil de Colima, una ciudad de vocación sísmica cortejada por lavas desleales. La proximidad del océano no borra de mi cabeza las casualidades. Sesenta mil, como los kilómetros de la Barranca del Cobre, es la cantidad de Tarahumaras que aún sobreviven, la misma que de Menonitas. Amanece al fin y la lluvia sucia lo toca todo. No importa. Al mal tiempo, boina cara. O mejor, sombrero norteño, canalla y contrabandista.

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12 comentarios en “Menonitas y Tarahumaras : Duelo en la Sierra Madre”

  1. Me gusta, me encanta la facilidad que tienes para expresar lo que sientes al subir las montañas, bajar valles. Admirado contemplas la vida de personas, personajes trashumantes maltratados por nuestra peculiar cultura. Todo parece abrirse ante tus ojos, todo aquello que forma parte de la vida.
    Un abrazo

  2. Te envidio, compañero!. MI alma viajera ya ha dado de sí casi todo lo que podía. Pero sigo envidiando las aventuras de los otros aunque yo ya me he vuelto viajera cómoda y menos aventurera. Disfruto a través de tí, lo cual está bien ¿verdad?. Gracias, colega.

  3. Estoy planeando mi primer viaje a la sierra tarahumara y cuando lei tu blog, me encanto. Esa forma de comunicar lo que ves es increible. Mi viaje es manejar del sur de california a el creel!

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