Un overdose de belleza, un empacho de arte, un Stendhalazo. Una llave Nelson al cuello que provoca suspiros de admiración y ojos como platos. Deslumbrantes obras maestras de la pintura, escultura y arquitectura universales reciben así al viajero que llega a Florencia.
Pero, además, el paseante recibe un hermoso e inesperado guiño estético nada más comenzar su itinerario a través de la ciudad. El arte urbano florentino brilla callado en los rincones, como brasas vivas de contracultura callejera, rescoldos de expresión contemporánea, perfectamente integrado en la monumental Firenze.
Miguel Angel, Leonardo, Caravaggio, Tiziano, Fra Angelico, Botticelli… La Florencia de Dante y tantísimos inmortales creadores resulta abrumadora por su calidad y volumen artísticos. Inevitable transportarse al corazón del Renacimiento paseando por sus callejuelas menos transitadas. Las altas paredes de los palacios parecen mirarnos desde arriba, donde se dibuja el cielo en estrechas rendijas de luz.
Paredes desconchadas como frescos antiguos, poderosas, de texturas ricas y tonos de Siena tostada, crema y óxido. Aquí y allá una hornacina con algún busto, una placa indicando que Dostoieski escribió en esa casa alguna de sus novelas o que Masaccio, el poeta de la perspectiva, cerró los ojos por última vez en esa otra.
El suelo empedrado es la alfombra que nos lleva a esquinas convertidas en cruce de duda y ansia por extraviarse aún más profundamente en esta ciudad mágica. Y en ellas, de pronto, reparamos en un saludo camuflado de anuncio o de señal de tráfico. Un murmullo discreto y creativo, casi en clave. Descifrarlo es una delicia que nos entretiene el alma. Porque es Arte. Es el Urban Art de Florencia. De la Santa Florencia de los Vagabundos.